20 de julio de 2011

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El canon de la Biblia: ¿cómo se formó?

El canon de la Biblia: ¿cómo se formó?De todos los libros conocidos en la historia humana, ninguno es tan singular en su origen, tan maravilloso en sus afirmaciones, tan dinámico en sus promesas, o tan abarcante en su mensaje como lo es la Biblia. 

No es un libro común. Es más, no es un libro solo, sino una biblioteca con 39 libros en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo. Su composición llevó siglos, y su autoridad viene durando más todavía.

El primero de los 40 autores bíblicos (Moisés) está separado del último (Juan) por unos 1.600 años. 

Los autores proceden de diversas profesiones y recibieron educación en todos los niveles concebibles, desde el más alto hasta el más bajo. Difirieron en su condición y ocupación: Algunos fueron ganaderos, pastores, soldados y pescadores; otros fueron reyes, legisladores, estadistas, cortesanos, sacerdotes, poetas y médicos.

Era inevitable que sus estilos literarios reflejasen las diferencias entre ellos. Algunos redactaron leyes; otros, poesía religiosa, y otros más, historia. Algunos emplearon prosa lírica; otros poesía lírica; unos escribían parábolas y alegorías, y otros biografías o diarios y memorias personales. Algunos escribieron profecía, y otros simplemente correspondencia personal.

Con toda esta diversidad, ¿cómo fue que los 66 libros llegaron a ser considerados lo suficientemente especiales o divinamente inspirados para ser incluidos en lo que hoy llamamos el “Canon” de la Biblia?

Lo primero que tenemos que entender aquí es que ningún individuo ni grupo de individuos compiló la Biblia. La Biblia fue creciendo. Este principio se aplica tanto al Antiguo como al Nuevo Testamentos. El principio unificador que hace de la Biblia algo santo, diferente y orgánicamente viviente es Cristo mismo, quien trae salvación. Al contemplar el proceso por el cual se escribieron estos libros y llegaron a ser aceptados como inspirados, notamos que Aquel que es este principio unificador, estaba obrando también.

El canon del Antiguo Testamento

Pocos son los que se dan cuenta”, escribió George Smith, “que la Iglesia de Cristo posee una garantía superior para el canon del Antiguo Testamento que para el Nuevo”.1 Esta garantía superior consiste en la relación que Jesucristo estableció entre él mismo y los libros del Antiguo Testamento. Con frecuencia los citó como fuente de su autoridad. Tras la resurrección, les dijo a sus discípulos que la cruz y todo lo que le había ocurrido no era más que el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. De hecho, hay profecías mesiánicas intercaladas en todo el Antiguo Testamento. Obviamente, el Nuevo Testamento no recibió el mismo peso de la autoridad de Jesucristo porque todavía no había sido escrito.

La autoridad del Antiguo Testamento fue aceptada por el pueblo al que estaba destinado —Israel— mucho antes de la llegada del Mesías. Bastará un ejemplo. En el curso de una limpieza del templo durante el reinado de Josías, se encontró “el libro de la ley” por mucho tiempo descuidado. El libro fue presentado al rey, quien lo leyó. Se dio cuenta de que se había extraviado debido a la indiferencia de sus predecesores. En épocas anteriores se lo mantenía en el tabernáculo, después en el templo, y los sacerdotes lo leían frecuentemente. El rey solía toner un segundo ejemplar. La recuperación del libro de la ley fue considerada por Josías y los cronistas posteriores como un evento de gran importancia. El rey leyó en alta voz al pueblo algunos pasajes tomados de Levítico 26 y Deuteronomio 28 y 29. De esto se deduce que el “libro de la ley” representaba los primeros cinco libros de la Biblia o al menos parte de ellos. El redescubrimiento de este libro fue el motivador de la reforma que ocurrió durante su reinado.

Durante los 70 años del exilio babilónico, las palabras de los profetas fueron muy apreciadas. Judá como nación dejó de existir, incluyendo su capital y su templo. Pero todavía existían el libro de la ley y los libros de los profetas.

El Talmud judío afirma que Esdras, quien dirigía al pueblo al final del exilio en Babilonia, emprendió la recopilación y el cuidado del texto de la Ley y los Profetas. También sugiere que se convocó una “gran sinagoga” (asamblea) y que por algunos años toda la Ley, los Profetas y los Escritos fueron examinados y evaluados. Además de la obra de Esdras mismo, muchos estudiosos han sugerido que miembros de esta gran asamblea hicieron trabajo editorial.

Los libros del Antiguo Testamento se dividen comúnmente en cuatro secciones: el Pentateuco (los libros de Moisés), los libros históricos (Josué a Ester), los cinco libros de poesía y ética (Job a Cantares) y los libros de los profetas (Isaías a Malaquías).

El trabajo de conformar lo que llamamos el Antiguo Testamento había comenzado, gracias a Esdras y la Gran Sinagoga, ya por el 450 a.C. La mayoría de los estudiosos acepta hoy que, para tiempos de Cristo, el Antiguo Testamento existía en la forma delineada arriba.

Tras la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. hubo bastante discusión sobre el canon bíblico. Un rabino llamado Yochanan ben Zakkai obtuvo permiso de las autoridades romanas para abrir una academia rabínica en Jamnia en la que se discutió el contenido del canon inspirado. El debate se centró en cuatro libros que algunos consideraban marginales: Proverbios, Eclesiastés, Cantares y Ester. Después de tratar los pros y contras, los eruditos acordaron incluirlos con los demás libros en el canon. De hecho, “los libros que decidieron reconocer como canónicos ya eran generalmente aceptados, aunque se habían levantado preguntas sobre ellos. Los que rehusaron aceptar nunca habían sido incluidos. Nunca expurgaron del canon ningún libro previamente aceptado”.2

La academia rabínica de Jamnia no invistió los libros de lo que llamamos el Antiguo Testamento con autoridad por el hecho de incluirlos en alguna lista sagrada. Los incluyeron en la lista —o canon— porque ya estaban reconocidos como inspirados por Dios, autoritativos, y lo habían sido, en la mayoría de los casos, ya por siglos.

Un contemporáneo de Jesucristo, Filón de Alejandría, aceptó el canon del Antiguo Testamento en la forma reconocida hoy. Lo mismo ocurre con Flavio Josefo, autor del siglo primero. La lista más antigua de libros del Antiguo Testamento fue redactada por Melitón, obispo de Sardis, por el 170 d.C., y está preservada en el cuarto volumen de la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea.3

El canon del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento tiene tres categorías de libros: los narrativos (los cuatro evangelios y Hechos), las epístolas y un libro apocalíptico, el Apocalipsis de San Juan.

Aunque llevó sólo unos 50 años escribir los libros del Nuevo Testamento, darle la forma que tiene actualmente llevó mucho más. No encontramos antes del 367 una enumeración de libros exactamente con la forma actual. Esta lista aparece en una carta pascual de un obispo cristiano, Atanasio.

Durante los dos siglos y medio transcurridos entre la finalización del último libro del Nuevo Testamento y la lista de Atanasio hubo mucha discusión sobre qué libros debieran ser o no incluidos en el canon. El Antiguo Testamento era la Sagrada Escritura de los primeros cristianos. Gradualmente algunos escritos cristianos fueron colocados a la par del Antiguo Testamento, “no por algún decreto de un concilio sino por el consenso de los creyentes; la intuición espiritual de la Iglesia vino a decidir paulatinamente cuáles de sus escritos debieran ser considerados ‘canónicos’”.4

¿Qué produjo “el consenso de los creyentes”? ¿Qué informó la “intuición espiritual de la iglesia”? Los libros descartados del canon del Antiguo Testamento llegaron a ser llamados “apócrifos”. Otro grupo de libros mal adjudicados —los pseudoepigráficos— también fue descartado. Los apócrifos contienen historia y dichos sapienciales. Los pseudoepigráficos contienen mucho de magia y poca historia. Al examinar los libros descartados del Nuevo Testamento —los apócrifos— nuevamente detectamos la acción de una influencia guiadora sobrenatural.

Los libros incluidos fueron aquellos reconocidos como inspirados por Dios y capaces de ayudar espiritualmente a los seres humanos y dar a conocer a Cristo. Se los reconoció como escritos por hombres cercanos a Jesús e implicados en la gran aventura del primer siglo que llevó el evangelio a los límites del mundo entonces conocido.

Un contemporáneo griego de Atanasio habló del “eco de una gran alma” que él declaraba percibir en los libros canónicos del Nuevo Testamento. William Barclay, el renombrado estudioso del Nuevo Testamento, dice: “El timbre de sublimidad se percibe en los libros del Nuevo Testamento. Llevan la grandeza impresa en sus rostros. Son autoevidentes”.

Cuando el traductor bíblico J. B. Phillips comparó los libros del Nuevo Testamento “con los escritos que fueron excluidos del Nuevo Testamento por los antiguos Padres” no pudo menos que “admirar su sabiduría”. Afirmó: “Probablemente la mayor parte de la gente no ha tenido la oportunidad de leer los ‘evangelios’ y las ‘epístolas’ apócrifos, como lo han hecho los estudiosos. Sólo puedo decir que en tales escritos respiramos una atmósfera de magia y fantasía, de mito y fábula. En toda la tarea de traducir el Nuevo Testamento, no importa cuán grande fuera el desafío, nunca llegué a sentir que se me arrastraba a un mundo hechizado, embrujado y sometido a poderes mágicos tales como abundan en los libros rechazados del NuevoTestamento. Fue ese sentimiento de fe y confianza lo que me llevó a la convicción, difícil de expresar con palabras, que estamos frente a lo genuino y auténtico”.5

El argumento de la “autoevidencia” se hace más convincente al leer uno mismo los libros que casi entraron en el Nuevo Testamento, pero no lo lograron; libros cuyos autores quisieron que fuesen aceptados y no lo fueron. En el siglo II se escribió una serie de libros llamados “evangelios de la infancia”. Los cuatro evangelios canónicos no nos dan detalles de la primeras tres décadas de la vida de Jesús hasta el comienzo de su ministerio público. Estos “evangelios de la infancia” se propusieron llenar ese vacío.

El llamado “evangelio de Tomás” supuestamente contiene un registro de la infancia de Jesús. El niño Jesús, mientras juega, aparece creando del barro pajaritos con vida, y haciendo caer muerto a un chico que “vino corriendo y se estrelló contra su hombro”. A Jesús, como aprendiz de carpintero, se lo presenta estirando las vigas de madera que no alcanzaban la medida como si fueran de goma, y ejerciendo toda una serie de poderes mágicos totalmente inútiles.

Nadie puede confundir una cosa así con la verdadera Biblia. De hecho, la Escritura es autoevidente. Cuando se comparan los evangelios con estos libros, se hace claro por qué algunos libros quedaron adentro y otros fuera, sin apelación. La línea es claramente definida y no cabe discusión.

Se tuvo mucho cuidado en asegurar que los autores de los libros canónicos hubieran conocido a Jesús personalmente.La señal distintiva de estos hombres era su preocupación de demostrar que el Jesús que verdaderamente hizo estas cosas en el pasado era el mismo Cristo viviente que sigue haciéndolas.

En el libro de Hechos de los Apóstoles, cada uno de los sermones termina destacando la realidad de la resurrección. Para el Nuevo Testamento Jesús sobre todo es el Cristo viviente. Por cuanto los evangelistas estaban hablando de este Jesús viviente, dieron una cantidad desproporcionada de espacio a la última semana antes de la crucifixión y resurrección. El interés central de los discípulos, de la cristiandad y su teología, es la muerte y resurrección de Jesús. Los libros que no hicieron de esto su interés central simplemente fueron dejados de lado o deliberadamente excluidos.

“Bien podemos creer”, dice el profesor F. F. Bruce, “que aquellos antiguos cristianos actuaron con una sabiduría mayor que la suya propia en este asunto, no sólo por lo que aceptaron, sino por lo que rechazaron”. “Lo que es de destacar especialmente es que el canon del Nuevo Testamento no fue delimitado por el decreto arbitrario de ningún concilio. Cuando por último el concilio eclesiástico —el sínodo de Hipona en el 393— elaboró una lista con los 27 libros del Nuevo Testamento no les confirió con ello ninguna autoridad que no poseyesen hasta entonces, sino simplemente registró su canonicidad establecida previamente”.6

En resumen, el proceso por el cual los libros del Nuevo Testamento llegaron a ser aceptados como inspirados por Dios fue, esencialmente, el mismo que llevó a la aceptación de los del Antiguo. Estos dos libros, la Biblia de los apóstoles y la Biblia que escribieron los apóstoles, unidos llegaron a abarcar lo que los cristianos aceptan como la Palabra escrita de Dios, el principio unificador de la cual es Cristo mismo, quien trae salvación. De ese modo la Biblia, la Palabra inspirada, tiene su origen, autoridad y genuinidad enraizada en Cristo, la Palabra (Verbo) encarnada.

Autor: David Marshall

REFERENCIAS
1. G. A. Smith, Modern Criticism and the Preaching of the Old Testament (London: Hodder and Stoughton, 1901), p. 5.
2. F. F. Bruce, The Books and the Parchments (Westwood, N.J.: Revell, 1963), p. 89.
3. Ibid., pp. 89-92.
4. G. W. H. Lampe, ed., The Cambridge History of the Bible (Cambridge University Press, 1963-1969), vol. 2, p. 42.
5. J. B. Phillips, Ring of Truth: A Translator’s Testimony (New York: Macmillan, 1967), p. 95.
6. Bruce, pp. 103, 104.


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Cómo manejar el estrés según la Biblia

por Julián Melgosa



El estrés, también conocido como la reacción de “ataque o huida”, es la reacción del organismo ante demandas intensas o alarmas. Pero las alarmas no siempre llegan en la forma de amenazas físicas. A veces llegan como estímulos psicológicos, el recuerdo de eventos desagradables, sensaciones intensas de impotencia, sentido de culpa o los gritos de un bebé. Para la mayoría, el estrés está conectado con condiciones hostiles del trabajo, una conciencia culpable, problemas en las relaciones, finanzas limitadas y otras situaciones parecidas.

Cuando las personas perciben una situación alarmante, se activan una serie de mecanismos fisiológicos (neurales y hormonales) en el cuerpo. Los cambios más notorios incluyen la producción adicional de glucosa, aceleración de la frecuencia de la respiración y los latidos del corazón, tensión muscular, resequedad en la boca, entorpecimiento del proceso digestivo y la constricción de los vasos sanguíneos. Todos estos cambios en los procesos corporales aumentan la energía disponible para atacar el estímulo estresante o huir de él. Nuestro sistema de respuesta al estrés fue diseñado por nuestro Creador para ayudar a sus criaturas a sobrevivir ante el peligro.

El estrés moderado es bueno, porque la energía que produce nos permite terminar a tiempo los proyectos, correr para alcanzar el autobús o enfrentar la limpieza de la casa. Pero cuando la alarma se torna constante, pronto deja de producir resultados positivos, y puede causar enfermedades como la úlcera gástrica, el colon irritable, la hipertensión arterial, laarterosclerosis, el angina de pecho o el infarto de miocardio. Incluso puede afectar nuestro sistema inmunológico.

 

El poder de la oración


Quienes han experimentado una relación de fe con Jesús saben que la oración y la comunión con él ayudan a manejar el estrés de la vida con bastante éxito. De hecho, la oración parece mejorar nuestras defensas corporales. Un análisis de más de cincuenta investigaciones llevó a las siguientes conclusiones:

  1. La meditación religiosa y la oración causan una actividad bidireccional entre el cerebro y el sistema circulatorio que baja la presión arterial y disminuye los latidos del corazón y el ritmo de la respiración. Estos cambios son incompatibles con el estrés, la ansiedad y el pánico.
  2. La oración y la meditación producen un aumento en la actividad del hemisferio izquierdo del corazón. Este tipo de actividad está asociado con la respuesta inmunológica sana, como es la producción de anticuerpos que nos protegen contra las infecciones.
  3. La oración y las prácticas religiosas también afectan el sistema nervioso central. Estimulan el lóbulo frontal del cerebro, lo que regula la actividad del sistema nervioso autónomo, el sistema límbico, el hipotálamo y la amígdala cerebral, y a su vez reduce el estrés.
  4. La oración y las prácticas religiosas aumentan el nivel de los neurotransmisores melatonina y serotonina, que son sustancias secretadas por el cuerpo para inducir el relajamiento e inhibir el enojo y la agresión.
  5. La afirmación pública de los valores y creencias de un individuo (algo que sucede cada semana en las iglesias) reduce el nivel de cortisol, que es la hormona del estrés.1

 

Las estrategias anti estrés de Jesús


Jesús, por medio de sus palabras y ejemplo, nos ofrece consejos prácticos sobre cómo manejar nuestro estrés diario. El primer recurso notable que le permitía enfrentar las enormes presiones que experimentaba al sanar, predicar, alimentar a las multitudes y por ser objeto de persecución de parte de varios grupos, era su cercanía con su Padre.

Jesús fortalecía su relación con su Padre por medio de la oración y la meditación. Por ejemplo, Marcos nos dice que “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (S. Marcos 1:35). A veces Jesús invitaba a sus discípulos a unírsele. Más de una vez les dijo: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco” (S. Marcos 6:31). Orar en la quietud de la mañana o la noche, puede que sea la única oportunidad que tengamos para ser impresionados por la voz de Dios y recibir la energía y la sabiduría para enfrentar los desafíos que la vida nos trae.

Jesús también encontró alivio en la comunión con las personas. A veces lo encontramos descansando en la casa de Lázaro, Marta y María. Y se aseguraba de que sus discípulos tuvieran alguna recreación. Él sabía que un periodo de descanso y recreación, apartados de la multitud, les daría nuevo vigor. Al pedirles periódicamente que se retiraran a descansar, les estaba enseñando cómo equilibrar el trabajo con el reposo.

También podemos reducir el estrés por medio del trabajo; y no cualquier trabajo, sino el trabajo que produce alivio a los demás. La vida de Jesús fue fundamentalmente desinteresada. Constantemente empleaba sus energías para servir a los demás. En un sermón, Pedro resumió la vida de Jesús con las palabras: “Éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).

Las personas que se ocupan en trabajos voluntarios, proyectos comunitarios y de asistencia a los demás, sienten mayores niveles de bienestar y satisfacción que los que no lo hacen. Allan Luks y Peggy Payne estudiaron a 3.296 voluntarios en el programa de Big Brothers/Big Sisters en la ciudad de Nueva York y 95 por ciento reportó sensaciones generales de bienestar y un aumento en su estima propia. También declararon que tienden a percibir sus experiencias negativas como asuntos de menor importancia.2

Si usted está sufriendo de mucho estrés, quizá le convenga poner a un lado los papeles, herramientas, preocupaciones, sea lo que fuere, y reflexionar sobre cómo Jesús manejaba el exceso de trabajo. Y recuerde su promesa: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (S. Mateo 11:28, 29).

Ir a Jesús sigue siendo un extraordinario antídoto contra el estrés. ¿Por qué no lo comprueba hoy mismo?

1Ver las páginas 25 al 33 del libro del mismo autor: Mental and Emotional Health [Salud mental y emocional], (Boise, Idaho: Pacific Press, 2010).
2The Healing Power of Doing Good: The Health and Spiritual Benefits of Helping Others [El poder sanador del buen hacer: Los beneficios físicos y espirituales de ayudar a los demás], (New York: Ballantine, 1992).


El autor es decano de la Escuela de Educación y Psicología de la Universidad de Walla Walla, Washington. Tiene un doctorado en Psicología de la Educación y es autor de varios libros sobre la salud mental y espiritual.
 
Tomado de El Centinela®
 
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familia con esperanza

por Armando Miranda
 



Existe una familia espiritual mundial que comparte las mismas creencias, la misma fe, la misma esperanza.

Eran las cuatro de la madrugada cuando arribamos a la pequeña isla de Guam, en el sur del Pacífico. Aunque más cerca de las Filipinas que de los Estados Unidos de Norteamérica, Guam es territorio norteamericano. Por tal motivo todos los pasajeros de ese vuelo proveniente de Manila, la capital de Filipinas, debíamos pasar Migración antes de continuar nuestro vuelo a Los Ángeles, California. Cuando llegó mi turno, entregué mi pasaporte al oficial de Migración, quien me preguntó: “¿A qué se dedica usted?”

—Soy pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día —respondí.

Para mi sorpresa, el funcionario me hizo a continuación una extraña pregunta:

— ¿Podría usted decirme una de las creencias fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día?

—Con todo gusto, señor — le respondí sonriendo, y entonces agregué—: “Creemos en la segunda venida de Cristo en gloria y majestad, y guardamos el sábado como el único día de reposo que Dios estipuló en su Santa Palabra desde la creación”.

El funcionario me miró a los ojos y agregó:

— ¿Podría decirme su pasaje favorito de la Biblia?

Yo no entendía lo que estaba pasando, y qué tenía que ver todo eso con mi estatus migratorio, pero le respondí afirmativamente y compartí con él mi pasaje favorito de la Biblia. Entonces el hombre sonrió, abrió los brazos y me dijo:

—Bienvenido, pastor. Yo soy miembro de la Iglesia Adventista aquí en Guam, y me da gusto conocerlo.

—Entonces comprendí que él quería estar seguro de que en efecto era un adventista del séptimo día.

 

Una familia mundial


Por mis responsabilidades tengo el privilegio de viajar por todo el mundo. Puedo decir con seguridad que en cualquier país adonde usted o yo vayamos podemos encontrar miembros de una gran familia mundial: Una familia espiritual que comparte las mismas creencias, la misma fe, la misma esperanza. No importa qué idioma hablemos ni de qué color sea nuestra piel o la cultura en la cual estamos inmersos, nos une el amor de Cristo Jesús y la bendita esperanza del pronto retorno de Cristo Jesús en las nubes de los cielos, según él lo prometió (S. Juan 14:1-3). Somos una familia mundial de millones de miembros de iglesia que tiene un gran mensaje para vivir y compartir. Somos hermanos y tenemos a Dios como nuestro Padre.

La Santa Biblia nos dice que Dios tiene en esta tierra una familia llamada “iglesia” (1 Timoteo 3:15), la “iglesia del Dios viviente”.

Cuando Dios creó este mundo, lo hizo perfecto. No existía el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la separación, ni la muerte. Creó la familia humana para que sus criaturas fueran felices, sin dificultades ni problemas (Génesis 1, 2). Tristemente, la primera familia humana se apartó de su Creador, y esto produjo el pecado que afectó profundamente la vida del ser humano. También vinieron a la existencia el sufrimiento, el dolor y la muerte. No solo eso, sino que el pecado produjo la separación entre la familia humana y Dios.

Por eso, el Creador maravilloso diseñó un plan de rescate. Jesucristo vino a dar su vida para pagar el precio de la redención (S. Mateo 20:28) y a unir de nuevo a la familia de esta tierra con la del cielo. Después que la primera familia formada por Adán y Eva se apartó de Dios, a través de sus hijos, Caín y Abel, la humanidad se dividió en dos: quienes seguían a Dios y sus principios de amor y justicia, y quienes lo rechazaban. El libro del Génesis los llama “los hijos de Dios, y los hijos de los hombres” (ver Génesis 6:1-4).

A través de los siglos Dios dio a sus “hijos” la misión de representarlo y buscar la reconciliación de la familia humana con su Creador. Dios desea traer de nuevo a todos los seres humanos al estado original en que fueron creados. Por ello ha usado a un pueblo peculiar, que empezó con los llamados patriarcas en el Antiguo Testamento de la Biblia (Abraham, Isaac y Jacob) y sus descendientes, llamados luego el pueblo de Israel. De entre ellos nacería el Mesías, el Cristo (el “Ungido”) quien vendría a dar su vida en sacrificio expiatorio para restaurar la relación entre el Creador y sus criaturas humanas.

El profeta Isaías en forma increíble muestra lo que sucedería con el Mesías 739 años antes de que naciera: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:3-6).

Todo esto se cumplió en la vida de Jesús de Nazaret, el Mesías prometido, quien vivió, sufrió, murió y resucitó para darnos salvación. Después de sufrir el rechazo del pueblo de Israel, Jesucristo fundó la iglesia del Nuevo Testamento (Efesios 2:20) para seguir buscando a los otros miembros de la familia, los “hijos de los hombres”, para que fueran restaurados, y al creer en él, tuvieran vida eterna.

 

La entrada a la familia de Dios


A esta familia, la que el Señor llamó iglesia, se le dio la misión de proclamar el evangelio, las buenas nuevas de salvación a todo el mundo, de anunciar que Jesús volverá para llevarnos al reino de los cielos. La entrada a la familia de Jesucristo es gratuita. No cuesta nada. Solo tienes que creer en Jesucristo, aceptarlo como tu Salvador personal (Hechos 16:30-33) y ser bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (ver S. Mateo 28:18-19). Así se llega a ser parte de una familia espiritual con una misión para cumplir y una fe para vivir y compartir, mientras se espera el cumplimiento de la promesa de Jesús: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (S. Juan 14:3).

Hoy, millones de miembros de esta familia están esparcidos en todos los países del mundo. Como todo ser humano, enfrentan problemas, desafíos, sufrimientos, pero se gozan en vivir por la fe y anticipar el futuro glorioso que les espera. Están allí, en tu ciudad, en tu país, en tu continente, para servir a la comunidad y traer esperanza a las personas. Tienen un mensaje de sanidad para el cuerpo, la mente y el alma que les ha sido dado por el supremo Padre celestial. Parte de esta gran familia que el Señor reunirá antes de su venida es la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Hoy te invito a unirte a este gran grupo mundial con una misión, una esperanza y un propósito. Siempre serás bienvenido a cualquiera de sus iglesias y congregaciones. Allí hay un lugar para ti.

El autor es un vicepresidente mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Fue pastor y administrador en su México natal, y desde 1995 trabaja en la sede mundial de la iglesia, en Silver Spring, Maryland.

 

La iglesia como familia


En la Escritura se considera que la iglesia del cielo y de la tierra constituye una familia (Efesios 3:15). Se usan dos metáforas para describir cómo las personas se unen a esta familia: La adopción (Romanos 8:14-16; Efesios 1:4-6) y el nuevo nacimiento (S. Juan 3:3-8). Por la fe en Cristo, los recién bautizados ya no son esclavos, sino hijos del Padre celestial (Gálatas 3:26-4:7), los cuales viven en base al nuevo pacto. Ahora forman parte “de la familia de Dios” (Efesios 2:19), “la familia de la fe” (Gálatas 6:10).

Los miembros de la familia de Dios se refieren a él como “Padre” (Gálatas 4:6), y se relacionan unos con otros en calidad de hermanos y hermanas (Santiago 2:15; 1 Corintios 8:11; Romanos 16:1). Una característica especial de la iglesia como familia es la comunión. La comunión cristiana (koinonía en griego) no es solo sociabilidad, sino “comunión en el evangelio” (Filipenses 1:5). Incluye la relación genuina con Dios y con los creyentes (1 Juan 1:3-7).—Adaptado de Creencias de los adventistas del séptimo día, pp. 161-167.

Tomado de El Centinela® 

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El evangelio de Hollywood

por Miguel A. Valdivia

 


Desde el cine mudo de comienzos del siglo XIX hasta las películas multimillonarias de los grandes directores actuales, el cine ha capturado la cultura y los sentimientos de la sociedad que los origina. En el breve espacio de unas dos horas, se presenta una historia resumida con un tremendo poder visual, auditivo y hasta psicológico. El espectador queda sujeto a las imágenes, el diálogo y una cinta musical que lo sumergen casi totalmente en un mundo creado por el director, los técnicos y los actores.

Las películas alcanzan cada año a audiencias de millones de personas en múltiples países. Su presupuesto va desde varios miles de dólares a más de cien millones. La reciente Avatar, de James Cameron, costó $237.000.000 de dólares, y desde diciembre 2009 hasta fines de enero, 2010, había ganado $2.039.472.387.1

Se calcula que una persona en los Estados Unidos va al cine un promedio de cinco veces al año.2 Para saber cuántas películas ve una persona promedio habría que sumar los videos alquilados o comprados y las películas que ve en la televisión. En el caso de personas aficionadas al cine, no es nada extraño suponer que éstas ven un mínimo de dos películas por semana, unas cien al año. Esto hace del cine el medio de entretenimiento de mayor alcance, seguido de cerca por los juegos de video y superado únicamente por la televisión.

Según Ellen Summerfield, una estudiosa del impacto cultural del cine, éste nos permite “experimentar” otras culturas y aumenta nuestra capacidad para entenderlas, ayuda a desarrollar el pensamiento crítico, evoca emociones, hace que los conceptos sean visibles, desafía nuestros valores y trae a la luz múltiples perspectivas. A la misma vez, el cine puede: propagar información equivocada, proveer experiencias superficiales, embotar nuestra capacidad de análisis, producir una recepción pasiva de un mensaje. También puede desensibilizarnos, trivializar la violencia y reforzar la perspectiva de sus productores.3

El cine puede tener un impacto positivo o negativo según su contenido. Tristemente, el contenido que ofrecen las películas más taquilleras a menudo incluye valores bastante cuestionables. ¿Por qué? Porque estos elementos resultan atractivos para el mercado que intentan alcanzar.

 

Una vida sin Dios


Pero quizá el impacto más pernicioso del cine es fomentar la idea de que se puede vivir sin referencia a la religión o a la existencia misma de Dios al presentar personajes y tramas que muy rara vez presentan el papel de la espiritualidad en la vida humana. Las películas de Hollywood en efecto contienen su propio “evangelio” que promulga una vida secular, la tolerancia de conductas inmorales, el sexo entre adultos que consienten (ya sea heterosexual u homosexual), la violencia justificada contra los villanos y la religión como agencia de persecución o fuente de fanatismo. Con una perspectiva tal, no es de extrañar que Hollywood rara vez presente figuras religiosas o cristianas como protagonistas.

¿Impulsa el cine estos valores o simplemente los refleja? En realidad, no importa. El hecho es que los presenta con bastante frecuencia. Y esto hace necesario que la persona seria se vea obligada a consumir sus productos con cautela. Las imágenes y escenas del cine pueden grabarse con tenacidad en la memoria y producir efectos insospechados. Un caso notable fue el de John Hinckley, quien intentó asesinar al presidente Reagan en 1981, obsesionado con impresionar a la joven actriz Jodie Foster, siguiendo de cerca el guión de la película Taxi Driver.

Lo curioso es que varias películas religiosas o que presentan valores positivos han gozado de una extraordinaria recepción, entre éstas La pasión del Cristo, de Mel Gibson ($371 millones en taquillas), y The Blind Side (Un sueño posible), con la popular artista Sandra Bullock ($256 millones).4 A Hollywood le haría bien emplear su capacidad creativa en reflejar en su arte valores positivos. Se me ocurre pensar que la Biblia es terreno fértil para inspirar poderosas narraciones capaces de captar el interés de creyentes y no creyentes.

 

¿Qué podemos hacer los creyentes?


El arte refleja la cultura de la sociedad. El cine de hoy presenta el producto de la imaginación de hombres y mujeres de nuestros tiempos, liberados de ataduras morales y religiosas, sujetos a intereses comerciales y agendas sociales y personales. ¿Qué podemos hacer los creyentes? En primer lugar, hemos de aceptar que “nuestro reino no es de este mundo”. Jesús no oró para que seamos sacados del mundo, sino para que seamos librados del mal (ver San Juan 17). Gastar nuestras energías en entablar una guerra contra Hollywood probablemente nos robe la oportunidad de cumplir nuestro cometido principal de predicar la salvación en Jesús.

En segundo lugar, no tenemos por qué consumir mensajes que se opongan a nuestros principios o inculquen valores cuestionables en nuestros hijos. Tomemos tiempo para seleccionar películas que concuerdan con nuestra visión de la vida. Tenemos el deber y la bendición de seguir el consejo de Dios registrado por el apóstol Pablo en el año 63: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Que éste sea nuestro criterio al escoger lo que vemos en pantalla.


Tomado de El Centinela®

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8 de julio de 2011

HOY


Hoy eliminare de mi agenda dos días: ayer y mañana.

Ayer fue para aprender y mañana será la consecuencia

de lo que hoy pueda realizar.

Hoy me enfrentar a la vida con la convicción

de que este día jamás volverá.

Hoy es la última oportunidad que tengo de vivir intensamente,

pues nadie me asegura que mañana volveré a amanecer.

Hoy tendré la audacia de no dejar pasar ninguna oportunidad,

mi única alternativa es la de triunfar.

Hoy invertiré mi recurso más importante:

mi tiempo, en la obra más trascendental:



MI VIDA; cada minuto lo realizaré apasionadamente

para hacer de hoy un día diferente y único.

Hoy desafiaré cada obstáculo que se me presente

con la fe en Dios y la convicción de que venceré.

Hoy seré la resistencia al pesimismo

y conquistaré al mundo con una sonrisa,

con la actitud positiva de esperar siempre lo mejor.

Hoy haré de cada tarea ordinaria un expresión sublime,

demostrando en cada momento la grandeza de mi ser.

Hoy tendré los pies en la tierra comprendiendo la realidad,

y la mirada en las estrellas…para inventar mi porvenir.

Hoy tendré tiempo para ser feliz

y dejaré mi aroma y mi presencia en el corazón de los demás

convirtiendo cada una de mis acciones en manifestaciones de amor.


¡¡¡Hoy seré más feliz nunca..!!!


"La feliciadad es como un eco en el fondo de tu corazón que solo responde a la entrega de ti mismo". (Phill Bosmans)


Que Dios les siga bendiciendo grandemente hoy y siempre
Arreortúa y Fuentes