20 de julio de 2011
El canon de la Biblia: ¿cómo se formó?
De  todos los libros conocidos en la historia humana, ninguno es tan  singular en su origen, tan maravilloso en sus afirmaciones, tan dinámico  en sus promesas, o tan abarcante en su mensaje como lo es la Biblia. No es un libro común. Es más, no es un libro solo, sino una  biblioteca con 39 libros en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo. Su  composición llevó siglos, y su autoridad viene durando más todavía.
El primero de los 40 autores bíblicos (Moisés) está separado del último (Juan) por unos 1.600 años. 
Los autores proceden de diversas profesiones y recibieron educación  en todos los niveles concebibles, desde el más alto hasta el más bajo.  Difirieron en su condición y ocupación: Algunos fueron ganaderos,  pastores, soldados y pescadores; otros fueron reyes, legisladores,  estadistas, cortesanos, sacerdotes, poetas y médicos.
Era inevitable que sus estilos literarios reflejasen las diferencias  entre ellos. Algunos redactaron leyes; otros, poesía religiosa, y otros  más, historia. Algunos emplearon prosa lírica; otros poesía lírica; unos  escribían parábolas y alegorías, y otros biografías o diarios y  memorias personales. Algunos escribieron profecía, y otros simplemente  correspondencia personal.
Con toda esta diversidad, ¿cómo fue que los 66 libros  llegaron a ser considerados lo suficientemente especiales o divinamente  inspirados para ser incluidos en lo que hoy llamamos el “Canon” de la  Biblia?
Lo primero que tenemos que entender aquí es que ningún individuo ni  grupo de individuos compiló la Biblia. La Biblia fue creciendo. Este  principio se aplica tanto al Antiguo como al Nuevo Testamentos. El  principio unificador que hace de la Biblia algo santo, diferente y  orgánicamente viviente es Cristo mismo, quien trae salvación. Al  contemplar el proceso por el cual se escribieron estos libros y llegaron  a ser aceptados como inspirados, notamos que Aquel que es este  principio unificador, estaba obrando también.
El canon del Antiguo Testamento
“Pocos son los que se dan cuenta”, escribió George Smith, “que la Iglesia de Cristo posee una garantía superior para el canon del Antiguo Testamento que para el Nuevo”.1  Esta garantía superior consiste en la relación que Jesucristo  estableció entre él mismo y los libros del Antiguo Testamento. Con  frecuencia los citó como fuente de su autoridad. Tras la resurrección,  les dijo a sus discípulos que la cruz y todo lo que le había ocurrido no  era más que el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. De  hecho, hay profecías mesiánicas intercaladas en todo el Antiguo  Testamento. Obviamente, el Nuevo Testamento no recibió el mismo peso de  la autoridad de Jesucristo porque todavía no había sido escrito.
La autoridad del Antiguo Testamento fue aceptada por el pueblo al que  estaba destinado —Israel— mucho antes de la llegada del Mesías. Bastará  un ejemplo. En el curso de una limpieza del templo durante el reinado  de Josías, se encontró “el libro de la ley” por mucho tiempo descuidado.  El libro fue presentado al rey, quien lo leyó. Se dio cuenta de que se  había extraviado debido a la indiferencia de sus predecesores. En épocas  anteriores se lo mantenía en el tabernáculo, después en el templo, y  los sacerdotes lo leían frecuentemente. El rey solía toner un segundo  ejemplar. La recuperación del libro de la ley fue considerada por Josías  y los cronistas posteriores como un evento de gran importancia. El rey  leyó en alta voz al pueblo algunos pasajes tomados de Levítico 26 y  Deuteronomio 28 y 29. De esto se deduce que el “libro de la ley”  representaba los primeros cinco libros de la Biblia o al menos parte de  ellos. El redescubrimiento de este libro fue el motivador de la reforma  que ocurrió durante su reinado.
Durante los 70 años del exilio babilónico, las palabras de  los profetas fueron muy apreciadas. Judá como nación dejó de existir,  incluyendo su capital y su templo. Pero todavía existían el libro de la  ley y los libros de los profetas.
El Talmud judío afirma que Esdras, quien dirigía al pueblo al final  del exilio en Babilonia, emprendió la recopilación y el cuidado del  texto de la Ley y los Profetas. También sugiere que se convocó una “gran  sinagoga” (asamblea) y que por algunos años toda la Ley, los Profetas y  los Escritos fueron examinados y evaluados. Además de la obra de Esdras  mismo, muchos estudiosos han sugerido que miembros de esta gran  asamblea hicieron trabajo editorial.
Los libros del Antiguo Testamento se dividen comúnmente en cuatro  secciones: el Pentateuco (los libros de Moisés), los libros históricos  (Josué a Ester), los cinco libros de poesía y ética (Job a Cantares) y  los libros de los profetas (Isaías a Malaquías).
El trabajo de conformar lo que llamamos el Antiguo Testamento había  comenzado, gracias a Esdras y la Gran Sinagoga, ya por el 450 a.C. La  mayoría de los estudiosos acepta hoy que, para tiempos de Cristo, el  Antiguo Testamento existía en la forma delineada arriba.
Tras la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. hubo bastante discusión  sobre el canon bíblico. Un rabino llamado Yochanan ben Zakkai obtuvo  permiso de las autoridades romanas para abrir una academia rabínica en  Jamnia en la que se discutió el contenido del canon inspirado. El debate  se centró en cuatro libros que algunos consideraban marginales:  Proverbios, Eclesiastés, Cantares y Ester. Después de tratar los pros y  contras, los eruditos acordaron incluirlos con los demás libros en el  canon. De hecho, “los libros que decidieron reconocer como  canónicos ya eran generalmente aceptados, aunque se habían levantado  preguntas sobre ellos. Los que rehusaron aceptar nunca habían sido  incluidos. Nunca expurgaron del canon ningún libro previamente aceptado”.2
La academia rabínica de Jamnia no invistió los libros de lo que  llamamos el Antiguo Testamento con autoridad por el hecho de incluirlos  en alguna lista sagrada. Los incluyeron en la lista —o canon— porque ya  estaban reconocidos como inspirados por Dios, autoritativos, y lo habían  sido, en la mayoría de los casos, ya por siglos.
Un contemporáneo de Jesucristo, Filón de Alejandría, aceptó el canon  del Antiguo Testamento en la forma reconocida hoy. Lo mismo ocurre con  Flavio Josefo, autor del siglo primero. La lista más antigua de libros  del Antiguo Testamento fue redactada por Melitón, obispo de Sardis, por  el 170 d.C., y está preservada en el cuarto volumen de la Historia  eclesiástica de Eusebio de Cesarea.3
El canon del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento tiene tres categorías de libros: los narrativos  (los cuatro evangelios y Hechos), las epístolas y un libro apocalíptico,  el Apocalipsis de San Juan.
Aunque llevó sólo unos 50 años escribir los libros del Nuevo  Testamento, darle la forma que tiene actualmente llevó mucho más. No  encontramos antes del 367 una enumeración de libros exactamente con la  forma actual. Esta lista aparece en una carta pascual de un obispo  cristiano, Atanasio.
Durante los dos siglos y medio transcurridos entre la finalización  del último libro del Nuevo Testamento y la lista de Atanasio hubo mucha  discusión sobre qué libros debieran ser o no incluidos en el canon. El  Antiguo Testamento era la Sagrada Escritura de los primeros cristianos.  Gradualmente algunos escritos cristianos fueron colocados a la par del  Antiguo Testamento, “no por algún decreto de un concilio sino  por el consenso de los creyentes; la intuición espiritual de la Iglesia  vino a decidir paulatinamente cuáles de sus escritos debieran ser  considerados ‘canónicos’”.4
¿Qué produjo “el consenso de los creyentes”? ¿Qué informó la “intuición espiritual de la iglesia”?  Los libros descartados del canon del Antiguo Testamento llegaron a ser  llamados “apócrifos”. Otro grupo de libros mal adjudicados —los  pseudoepigráficos— también fue descartado. Los apócrifos contienen  historia y dichos sapienciales. Los pseudoepigráficos contienen mucho de  magia y poca historia. Al examinar los libros descartados del Nuevo  Testamento —los apócrifos— nuevamente detectamos la acción de una  influencia guiadora sobrenatural.
Los libros incluidos fueron aquellos reconocidos como inspirados por  Dios y capaces de ayudar espiritualmente a los seres humanos y dar a  conocer a Cristo. Se los reconoció como escritos por hombres cercanos a  Jesús e implicados en la gran aventura del primer siglo que llevó el  evangelio a los límites del mundo entonces conocido.
Un contemporáneo griego de Atanasio habló del “eco de una gran alma”  que él declaraba percibir en los libros canónicos del Nuevo Testamento.  William Barclay, el renombrado estudioso del Nuevo Testamento, dice: “El  timbre de sublimidad se percibe en los libros del Nuevo Testamento.  Llevan la grandeza impresa en sus rostros. Son autoevidentes”.
Cuando el traductor bíblico J. B. Phillips comparó los libros del  Nuevo Testamento “con los escritos que fueron excluidos del Nuevo  Testamento por los antiguos Padres” no pudo menos que “admirar su  sabiduría”. Afirmó: “Probablemente la mayor parte de la gente no  ha tenido la oportunidad de leer los ‘evangelios’ y las ‘epístolas’  apócrifos, como lo han hecho los estudiosos. Sólo puedo decir que en  tales escritos respiramos una atmósfera de magia y fantasía, de mito y  fábula. En toda la tarea de traducir el Nuevo Testamento, no importa  cuán grande fuera el desafío, nunca llegué a sentir que se me arrastraba  a un mundo hechizado, embrujado y sometido a poderes mágicos tales como  abundan en los libros rechazados del NuevoTestamento. Fue ese  sentimiento de fe y confianza lo que me llevó a la convicción, difícil  de expresar con palabras, que estamos frente a lo genuino y auténtico”.5
El argumento de la “autoevidencia” se hace más convincente al leer  uno mismo los libros que casi entraron en el Nuevo Testamento, pero no  lo lograron; libros cuyos autores quisieron que fuesen aceptados y no lo  fueron. En el siglo II se escribió una serie de libros llamados  “evangelios de la infancia”. Los cuatro evangelios canónicos no nos dan  detalles de la primeras tres décadas de la vida de Jesús hasta el  comienzo de su ministerio público. Estos “evangelios de la infancia” se  propusieron llenar ese vacío.
El llamado “evangelio de Tomás” supuestamente contiene un registro de  la infancia de Jesús. El niño Jesús, mientras juega, aparece creando  del barro pajaritos con vida, y haciendo caer muerto a un chico que  “vino corriendo y se estrelló contra su hombro”. A Jesús, como aprendiz  de carpintero, se lo presenta estirando las vigas de madera que no  alcanzaban la medida como si fueran de goma, y ejerciendo toda una serie  de poderes mágicos totalmente inútiles.
Nadie puede confundir una cosa así con la verdadera Biblia. De hecho,  la Escritura es autoevidente. Cuando se comparan los evangelios con  estos libros, se hace claro por qué algunos libros quedaron adentro y  otros fuera, sin apelación. La línea es claramente definida y no cabe  discusión.
Se tuvo mucho cuidado en asegurar que los autores de los libros canónicos hubieran conocido a Jesús personalmente.La  señal distintiva de estos hombres era su preocupación de demostrar que  el Jesús que verdaderamente hizo estas cosas en el pasado era el mismo  Cristo viviente que sigue haciéndolas.
En el libro de Hechos de los Apóstoles, cada uno de los sermones  termina destacando la realidad de la resurrección. Para el Nuevo  Testamento Jesús sobre todo es el Cristo viviente. Por cuanto los  evangelistas estaban hablando de este Jesús viviente, dieron una  cantidad desproporcionada de espacio a la última semana antes de la  crucifixión y resurrección. El interés central de los discípulos, de la  cristiandad y su teología, es la muerte y resurrección de Jesús. Los  libros que no hicieron de esto su interés central simplemente fueron  dejados de lado o deliberadamente excluidos.
“Bien podemos creer”, dice el profesor F. F. Bruce, “que aquellos  antiguos cristianos actuaron con una sabiduría mayor que la suya propia  en este asunto, no sólo por lo que aceptaron, sino por lo que  rechazaron”. “Lo que es de destacar especialmente es que el canon del  Nuevo Testamento no fue delimitado por el decreto arbitrario de ningún  concilio. Cuando por último el concilio eclesiástico —el sínodo de  Hipona en el 393— elaboró una lista con los 27 libros del Nuevo  Testamento no les confirió con ello ninguna autoridad que no poseyesen  hasta entonces, sino simplemente registró su canonicidad establecida  previamente”.6
En resumen, el proceso por el cual los libros del Nuevo  Testamento llegaron a ser aceptados como inspirados por Dios fue,  esencialmente, el mismo que llevó a la aceptación de los del Antiguo.  Estos dos libros, la Biblia de los apóstoles y la Biblia que escribieron  los apóstoles, unidos llegaron a abarcar lo que los cristianos aceptan  como la Palabra escrita de Dios, el principio unificador de la cual es  Cristo mismo, quien trae salvación. De ese modo la Biblia, la Palabra  inspirada, tiene su origen, autoridad y genuinidad enraizada en Cristo,  la Palabra (Verbo) encarnada.
Autor: David Marshall
REFERENCIAS
1. G. A. Smith, Modern Criticism and the Preaching of the Old Testament (London: Hodder and Stoughton, 1901), p. 5.
2. F. F. Bruce, The Books and the Parchments (Westwood, N.J.: Revell, 1963), p. 89.
3. Ibid., pp. 89-92.
4. G. W. H. Lampe, ed., The Cambridge History of the Bible (Cambridge University Press, 1963-1969), vol. 2, p. 42.
5. J. B. Phillips, Ring of Truth: A Translator’s Testimony (New York: Macmillan, 1967), p. 95.
6. Bruce, pp. 103, 104.
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8 de julio de 2011
HOY
Hoy eliminare de mi agenda dos días: ayer y mañana.
Ayer fue para aprender y mañana será la consecuencia
de lo que hoy pueda realizar.
Hoy me enfrentar a la vida con la convicción
de que este día jamás volverá.
Hoy es la última oportunidad que tengo de vivir intensamente,
pues nadie me asegura que mañana volveré a amanecer.
Hoy tendré la audacia de no dejar pasar ninguna oportunidad,
mi única alternativa es la de triunfar.
Hoy invertiré mi recurso más importante:
mi tiempo, en la obra más trascendental:
MI VIDA; cada minuto lo realizaré apasionadamente
para hacer de hoy un día diferente y único.
Hoy desafiaré cada obstáculo que se me presente
con la fe en Dios y la convicción de que venceré.
Hoy seré la resistencia al pesimismo
y conquistaré al mundo con una sonrisa,
con la actitud positiva de esperar siempre lo mejor.
Hoy haré de cada tarea ordinaria un expresión sublime,
demostrando en cada momento la grandeza de mi ser.
Hoy tendré los pies en la tierra comprendiendo la realidad,
y la mirada en las estrellas…para inventar mi porvenir.
Hoy tendré tiempo para ser feliz
y dejaré mi aroma y mi presencia en el corazón de los demás
convirtiendo cada una de mis acciones en manifestaciones de amor.
¡¡¡Hoy seré más feliz nunca..!!!
"La feliciadad es como un eco en el fondo de tu corazón que solo responde a la entrega de ti mismo". (Phill Bosmans) 
Que Dios les siga bendiciendo grandemente hoy y siempre
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