24 de septiembre de 2009

La gente más feliz de la tierra


Cuando la gente se convierte, se siente sumamente feliz. Sus vidas adquieren un gozo nuevo y duradero. Al igual que el pródigo que regresa, comienzan a celebrar. Campbell Morgan nos hace sonreír al traducir la frase clásica de Habacuc 3:18 de esta manera: “Saltaré de gozo en el Señor; daré vueltas de júbilo por el Dios de mi salvación”.



La conversión es, en efecto, una experiencia rejuvenecedora y que produce mucha alegría. Un poeta lo expresó de la siguiente manera:


“El cielo azul claro es,
la tierra me llena con sus verdes,
cada tono tiene un secreto
que los ojos sin Cristo jamás pueden ver.
Los pájaros me llenan con sus cantos,
las bellas flores muestran su color,
porque ahora, bien yo sé:
Suyo soy, y mío es”.


La única forma de alcanzar la plenitud de la vida es llenándola de Cristo.


Algunas veces, sin embargo, la vida cristiana parece perder todo su brillo. A veces sucede que olvidamos las palabras de gozo de Salmos 16:11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre”. Un rostro sombrío es una contradicción de la experiencia cristiana.




Si dejamos que él cumpla su voluntad en nosotros, llenará nuestras copas de manera que rebosen en bendición para los que nos rodean.


Elena White escribió: “En Cristo está la ternura del pastor, el afecto del padre y la incomparable gracia del Salvador compasivo. Él presenta sus bendiciones en los términos más seductores. No se conforma con anunciar simplemente estas bendiciones; las ofrece de la manera más atrayente, para excitar el deseo de poseerlas. Así han de presentar sus siervos las riquezas de la gloria del don inefable. El maravilloso amor de Cristo enternecerá y subyugará los corazones cuando la simple exposición de las doctrinas no lograría nada” (El Deseado de todas las gentes, pp. 766, 767).


Dos ilustraciones

Una ilustración proviene del Antiguo Testamento, la otra del Nuevo.


1. Del Antiguo Testamento

Todos sabemos quién escribió el Salmo 23. Fue David. Sería difícil hallar a alguien que haya tenido más problemas y angustias que él. Y aunque él mismo fue culpable por muchos de sus problemas, eso solo hizo que fueran más difíciles de sobrellevar.


A pesar de ello, todo lo que vemos en el Salmo 23 indica que David, más allá de sus problemas, vio que su vida era plena porque estaba con Dios, el Buen Pastor.


La última parte del versículo 5 dice: “Mi copa está rebosando”. Las bendiciones y la felicidad de David en el Señor no terminaban con la copa llena: ¡Su copa estaba rebosando!


Cuando bebemos algo que nos gusta y pedimos al anfitrión que nos sirva más, ¿suele este llenarla hasta el borde? Probablemente no. ¿Y por qué no? Porque las copas no se llenan hasta el borde, para evitar que el contenido se derrame. Pero a Dios no le importa que nuestra copa de bendiciones y felicidad rebose. De hecho, ¡él anhela que así sea!


Una cosa es llenar generosa y cuidadosamente nuestras copas de la vida hasta el borde. Pero Dios tiene mucho más en mente para nosotros, de manera que no se detiene en el borde. Si dejamos que él cumpla su voluntad en nosotros, llenará nuestras copas de manera que rebosen en bendición para los que nos rodean. Los que están a nuestro lado recibirán lo que nuestra copa ya no puede contener.


2. Del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento nos muestra lo que significó que Jesús muriera por nosotros en la cruz. Al comentar este punto, Elena White escribió: “El inmaculado Hijo de Dios pendía de la cruz: su carne estaba lacerada por los azotes; aquellas manos que tantas veces se habían extendido para bendecir, estaban clavadas en el madero; aquellos pies tan incansables en los ministerios de amor estaban también clavados a la cruz; esa cabeza real estaba herida por la corona de espinas; aquellos labios temblorosos formulaban clamores de dolor. Y todo lo que sufrió: las gotas de sangre que cayeron de su cabeza, sus manos y sus pies, la agonía que torturó su cuerpo y la inefable angustia que llenó su alma al ocultarse el rostro de su Padre, habla a cada hijo de la humanidad y declara: Por ti consiente el Hijo de Dios en llevar esta carga de culpabilidad; por ti saquea el dominio de la muerte y abre las puertas del Paraíso. El que calmó las airadas ondas y anduvo sobre la cresta espumosa de las olas, el que hizo temblar a los demonios y huir a la enfermedad, el que abrió los ojos de los ciegos y devolvió la vida a los muertos, se ofrece como sacrificio en la cruz, y esto por amor a ti” (El Deseado de todas las gentes, p. 703, 704).


¡Qué amor maravilloso tiene Jesús por nosotros! ¡Nos dio todo para que disfrutemos de la plenitud del gozo 
en él! Lo dio todo y entonces resucitó 
a la vida. El gozo de los discípulos cuando vieron nuevamente a Jesús está más allá de nuestro entendimiento. Con felicidad expresaron lo mismo que dijo Juan: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12).


Juan sufrió mucho por Cristo, pero nada importó. ¡Tenía la vida eterna! ¡Qué tremendo gozo y felicidad recibió en todo ese proceso: disfrutar de la vida eterna por medio del amor y el cuidado de Jesús!


Tenemos esa vida eterna ahora 
mismo en él. No lo olvidemos jamás. 
Es nuestro privilegio ser el pueblo 
más feliz de la tierra. Necesitamos demostrar ese gozo y esa felicidad a los que nos rodean. Entonces podremos testificar a todos que moraremos en 
la casa de Jehová para siempre 
(Salmos 23:6).


Leo Van Dolson es ex editor asociado de Adventist Review y de la Guía de Estudio de la Biblia, Edición Adultos. En la actualidad está jubilado y vive en McDonald, Tennessee, Estados Unidos.

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